
No sólo las peleas disminuyeron, sino que la fuerza se fue a la tierra y produjo verduras que ahora sirven para el comedor escolar. Incluso parte de la producción se comparte con la comunidad. Como esta huerta, hay 200 en distintas provincias. La primera fue en Chaco, en la comunidad de la Guará. Ahora hay 12 mil chicos involucrados en proyectos similares.
La huerta permitió también vincular la tierra con las horas de clase. En Matemática se analiza qué porcentaje de agua necesitan los tomates para crecer; en Geografía, los tipos de cultivos de acuerdo a la región, zona y clima. Incluso lo alumnos también escarbaron en su pasado y apreciaron el trabajo de sus abuelos campesinos.
Matías, otro alumno, dice que gracias a la huerta distingue los sabores que da sembrar por temporada y sin agroquímicos. “Trabajo en una verdulería, no es el mismo el tomate en la huerta. Le ponen muchos químicos y están en cámara para que se pongan rojos”, explica. Saben todo eso y mucho más. Y lo más importante: la violencia ya no es tema frecuente.
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