domingo



El problema es que el romanticismo que nos lleva a desear volver a la naturaleza y a vivir en el campo no necesariamente nos conduce a una mejora de la situación medioambiental de nuestro planeta. Por mucho que se empeñen algunos por idealizar los campos y demonizar las ciudades, en general, vivir en el campo implica más desplazamientos (y por tanto más gasto de energía en transporte), más gasto energético en calefacción, al estar las viviendas más dispersas, y más consumo de energía en la construcción, por la misma razón.

Por supuesto, puede haber excepciones, y al final todo depende mucho de cómo se construya y de cómo se viva. De hecho, muchas veces el romanticismo nos lleva a tratar de ver de color de rosa la opción de vivir en el campo: defendemos que vamos a minimizar los desplazamientos y teletrabajar.

Pero eso también lo podemos hacer en la ciudad. O proponemos construir las casas con el menor gasto de energía posible, y sin querer hacerlas más grandes. O consumir más responsablemente. Igual, eso también se puede hacer en la ciudad. Así que, lo miremos por donde lo miremos, la ciudad siempre será más "ecológica". A igualdad de circunstancias, los bloques de pisos son mucho más eficientes.

Por supuesto, no todo es tan bueno de vivir en la ciudad, al menos tal como son ahora. Las ciudades alienan , y hacen que tu vida sea más corta y peor por la contaminación y el estrés. Eso al fin y al cabo son costes, que tendremos que poner en la balanza junto con los beneficios para el medio ambiente de vivir en ellas.

Pero por otra parte, también hay que ser consciente de que, en general, tenemos algo idealizada la vida en la naturaleza: cuando nos planteamos vivir en el campo, muchos pensamos en una casita rodeada de bosque o montañas, o al borde del mar. Pero claro, eso sólo es posible si son pocos los que lo hacen. Si todos los habitantes de las ciudades cambiaran su vivienda por una en el campo, la idílica naturaleza sería muy distinta. Eso de hecho es lo que parece estar detrás de determinado tipo de ecologismo, que pretende proteger ciertas zonas del desarrollo, pero sólo después de haberse asegurado una parte de esa zona para su disfrute (incluso aunque el desarrollo sea ecológico).

Bajo este punto de vista, la única manera de conciliar el romanticismo por la naturaleza con el respeto al medio ambiente está en aceptar un nivel de desarrollo cero, especialmente en cuanto a nivel de población (que al fin y al cabo es la propuesta de algunos). Pero claro, eso no lo defienden los que todavía no están tan desarrollados…

¿Qué hacer? Tendremos que eliminar los problemas de la ciudad: reducir lacontaminación, el estrés, el tráfico, aumentar las zonas verdes (y por supuesto poner macetas en nuestras ventanas) y convertirlas de verdad en ciudades "ecológicas". E ir a la Sierra en tren, en lugar de en coche. Pero tenemos que ser conscientes de que al final, en la batalla entre racionalidad y romanticismo, es la primera la que nos permitirá ganar la guerra del medio ambiente.

Via: Planetaverde.tv

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