Si creía que el mundo acabaría por un asteroide, una nube radioactiva o el calentamiento global estaba en un error: los jinetes del apocalipsis podrían ser abejas. El Síndrome de Colapso de las Colmenas (CCD) se propaga irremediablemente por el mundo, amenazando a las abejas y, junto con ellas, al 75%de las plantas que conocemos que, sin estos agentes polinizadores, pueden morir antes de reproducirse. Un panorama desolador.
El verano pasado la apidóloga Luisa Ruz, sintió un repentino terror. Ella es quizás la persona que más sabe de abejas silvestres en Chile. Se doctoró con el Einstein de las abejas, Charles Michener, en Kansas, y construyó junto con el entomólogo Haroldo Toro la más completa colección de abejas chilenas en la Universidad Católica de Valparaíso, con las 424 especies conocidas. Pero en su último viaje de recolección de insectos en los bosques de Quillota, buscó y buscó y no encontró abejorros, una de las variedades comunes del género Bombus. Y pensó de pronto: “¿No será culpa del CCD?”.
También a Rodolfo Klaassen un apicultor de La Unión, XIV Región –quien exporta sus mieles de bosque nativo a Europa–, se le vino el mundo abajo cuando recibió los resultados de un análisis cromatográfico que mandó a hacer a ciertas mieles de la zona. Detectó Nosema cerenae, un nuevo hongo microscópico que ataca a las abejas y que se suponía que aún no llegaba a Chile. Pensó también.
“¿Será el primer síntoma del CCD?” mientras quemaba a lo vietnamita todas las cosas que tuvieron contacto con el hongo. Marlene Arancibia, una apicultora de Putaendo, V Región –cuyas abejas fueron las primeras víctimas en Chile del virus Loque Americana el verano de 2005 y a quien el SAG le quemó sus 300 colmenas– recibió este año una sorpresiva picadura de abeja en el brazo. Nada nuevo para un apicultor, pero esta vez fue distinto. Muy pronto comenzó a asfixiarse por una violenta reacción alérgica que nunca antes había tenido. Ya casi sin aire, rumbo a la posta, pensó también: “¿No seré la primera víctima del CCD en humanos?”.
Miguel Neira, un entomólogo apícola y creador del banco de mieles más grande de Chile, en la Universidad Austral de Valdivia –con 2500 tipos de miel recolectadas desde San Pedro de Atacama hasta Chile Chico– recibió espantado la noticia de una apicultora de Futaleufú diciendo que en febrero desaparecieron las abejas de 15 colmenas en un mes. Pensó, serio y trágico: “Bien puede ser el primer caso de CCD en Chile”. Y se dispuso a enviar un correo de alerta.
Catástrofe planetaria
El CCD o Síndrome de Colapso de las Colmenas es una catástrofe planetaria que viene contagiando silenciosamente a todas las abejas en el mundo y aún nadie sabe qué hacer. Desde que el empresario apicultor norteamericano Dave Hackenberg reportó que, en el otoño de 2006 –cuando fue a hacer una revisión de rutina a 3000 colmenas que había llevado a polinizar extensos campos de palmitos en Florida y las encontró vacías– se ha propagado por el mundo sin remedio. A la fecha en Estados Unidos desapareció el 60% de la población de abejas. En el Estado de Pennsylvania, el más afectado, perdieron el 80% de sus colmenas. También el CCD llegó a Francia y Austria donde mermó el 50%. En España, Alemania, Suiza otro tanto. Este verano se reportaron los primeros casos de Argentina a COLOSS una organización mundial de los apidólogos y apicultores surgida por esta emergencia.
En Brasil y Colombia se vieron colmenas despobladas en febrero y está en evaluación si coincide con los síntomas. El caso detectado en Futaleufú podría caer en esa misma categoría. Se trata de una novela de misterio sin cadáver. Las abejas se levantan una mañana y vuelan hacia las flores, pero en el camino se desorientan y no pueden regresar a las colmenas. En pocos días los panales quedan vacíos. No hay cura, no hay vacuna. Solo cabe esperar la tragedia.
Se culpa a los nuevos pesticidas basados en la nicotina, a mutantes de alguno de los 24 virus, hongos y bacterias que atacan a las abejas, al uso masivo de antibióticos, a los transgénicos, a las ondas wi-fi y celulares, a las manchas solares, al CO2, a los marcianos… o a todo junto, pero en rigor, nadie tiene una respuesta. Las colmenas se despueblan en todo tipo de lugares y momentos y quedan vacías como pequeños pueblos fantasmas.
Adiós al sexo con alas
Uno podría decir: ¡Qué diablos! Otra especie en extinción, ¿no lo están todas, acaso? Pero ni hasta un oso panda que hablara es tan valioso para la naturaleza como una abeja. Hace algo que nadie más puede hacer: poliniza las flores en primavera para que llegado el verano, se conviertan en frutos.
Si el CCD se convierte en pandemia mundial y desaparecen las abejas, el 75% de las plantas de todo el planeta –alfalfa, naranjas, duraznos, enredaderas, orquídeas, eucaliptos, tomates, etc– dejarán de dar frutos, se secarán y morirán. Parece increíble. Pero están preocupadas la FAO, la ONU, la ciencia y toda la industria alimenticia vegetal.
Es un problema mayúsculo, pues la técnica ha logrado modificar todo en los vegetales, menos polinizarlos artificialmente. Lo han intentado con pinceles, jeringas, maquinaria, aviones y hasta con transgenia, pero nada es tan efectivo y preciso como una frágil abeja. Desde los minúsculos andrénidos pasando por la abeja común melífera, hasta los gigantes abejorros bombus: todos son polinizadores.
Cuando las abejas entran a la flor por el néctar, agitan con sus pelos y sus alas el polen de los estambres, el órgano masculino de la flor. Lo trasladan y lo depositan en el estigma, el órgano femenino, ya sea de la misma u otra flor, dependiendo de la especie. Ese óvulo quedará fecundado y dará fruto y semillas. Las abejas son tan mágicas y precisas que no volverán a tocar esa flor fecundada para no deteriorar la incubación. “Es un proceso simple”, dice la doctora Luisa Ruz, “como las plantas llegan a ser fértiles en primavera y no pueden salir a caminar hasta encontrar otra planta soltera para fecundarse, necesitan un intermediario”.
Aunque no lo crea, desde los años 80, con el furor frutícola chileno, el ingreso principal de la apicultura nacional no es la miel, sino polinizar campos para la agricultura y fruticultura. Un árbol de paltos polinizado solo por abejas silvestres da 20 paltas. Cuando se le pone a los pies una colmena da 100 paltas. Una hectárea de alfalfa rinde 40% más. Lo mismo ocurre con las manzanas, duraznos, kiwis, naranjas, etc. Las abejas fecundan el 75% de los vegetales que comemos.
En Norteamérica el CCD es tan grave que algunos estados agrícolas como California o Texas en la llamada Franja del Sol donde se produce el 50% del alimento vegetal, y países como Gran Bretaña, comenzaron a importar poblaciones de abejas desde Nueva Zelandia, Australia y China –aparentemente todavía sin CCD–para polinizar sus cultivos la temporada pasada.
Hoy, en Chile y en el mundo entero, miles de apicultores transhumantes desplazan sus colmenares durante las primaveras para polinizar grandes extensiones de cultivos. Y los chilenos ya están exportando abejas reinas a los países afectados y pronto, colmenas. ¿Pero qué sucederá cuando nadie tenga abejas para vender?
El sida de las abejas
José Arias, un apicultor de Cabildo, en la V Región, se dedica a polinizar cultivos. Mientras supervisa sus colmenares entre miles de árboles de palta Hass que polinizó en el verano, se queja del trato de la industria frutícola con sus queridas, trabajadoras y malditas abejas, pues apenas uno se descuida le pican el ojo. “A veces las suelto y solo vuelve la mitad, por los herbicidas, pesticidas y medicamentos que rocían indiscriminadamente. Nos ponemos de acuerdo para que nos den unos días, una semana, sin químicos, para que las abejas y la miel no salgan envenenadas, ¡pero no nos respetan!”.
Lo que no sabe Arias es que ni siquiera días, semanas o meses son suficientes para limpiar los restos de un químico actual. En el banco de mieles de la Universidad Austral de Valdivia, donde analizaron 2500 tipos de miel de distintas zonas geográficas con un potente cromatógrafo, encontraron trazas de 6 antibióticos y hasta 23 pesticidas de todo tipo y, lo más sorprendente: restos del temido DDT, un pesticida usado en los 70 y causante de abortos y malformaciones en niños y que fue prohibido en casi todo el mundo pero que “todavía sigue presente en el suelo y pasa por el ciclo biológico de las plantas una y otra vez en la misma zona”, según dice el entomólogo Miguel Neira quien lleva 30 años dedicado al estudio de las abejas melíferas. “Si se descubre que el CCD se produce por algún pesticida va a costar décadas sacarlo del ciclo biológico suelo-planta-polen-abeja”. Y, aunque los restos químicos encontrados (algunas partes por billón) no representan riesgo para el hombre, “sí pueden serlo para el pequeño organismo de las abejas y les puede estar causando un efecto acumulativo”, dice Neira mientras saborea con palitos de helado las distintas mieles del banco de la UACH: mieles negras, blancas, amarillas.
En las últimas conferencias internacionales se culpa del CCD a los nuevos pesticidas basados en la nicotina y a los cultivos transgénicos: “pero lo cierto es que también se ha producido CCD donde no se usaron pesticidas nicotinoides ni transgénicos, por lo que la causa no es solo esa” dice Neira. Según la genetista apícola de la Universidad de Temuco, Ximena Araneda, por eso se le ha denominado “el sida de las abejas”: “Algo les provoca un desorden inmunológico que las hace perecer por cualquier otra enfermedad que antes no las mataría”.
May Berenbaum, la más famosa entomóloga norteamericana y que inspiró el personaje de la serie Archivos X, Bambi Berenbaum, reseñó dos noticias en torno al síndrome para la revista Scientific American: la buena, es que después de cuatro años encontraron dos cadenas de genes que podrían comenzar a explicar el CCD. Para el sida humano esto permitiría desarrollar una vacuna.
La mala, es que el sistema inmunológico de las abejas no permite inocular una vacuna. Así que, incluso encontrando la cura, habrá que buscar otra salida aún más misteriosa.
La esperanza silvestre
“Sabemos de esta catástrofe porque las abejas melíferas son sociales, viven en colmenas de hasta 30 mil individuos y cualquier apicultor puede notar su desaparición. Pero no sabemos cuánto el CCD está afectando a las abejas silvestres que comen lo mismo”, dice Luisa Ruz. Las abejas silvestres son individuales.
Hacen un nido en un hoyito en el suelo o en troncos y dejan un único huevo con una gotita de miel para que en la primavera despierte de su estado larvario y se convierta en una abeja durante un mes y medio, que es la vida promedio de todo el género Apis. “Si no les afectara el CCD, las abejas silvestres podrían ser la salvación del mundo”, concluye tristemente. Pero durante décadas ni el hombre común, ni los científicos las han considerado para nada.
Hay 424 tipos en Chile que polinizan únicamente a alguna especie de toda nuestra flora nativa. Pero Luisa Ruz viene detectando una paulatina disminución en la población de abejas por la expansión humana. La gente, con sus construcciones, contaminación, pisadas, destruye sus nidos y poblaciones completas. Incluso, a algunos abejorros no los ha visto desde los años 90 cuando los recolectó por última vez.
Por ejemplo, en la III y IV regiones es tal la disminución del abejorro moscardón –que poliniza las chirimoyas–, que los cultivadores de esa fruta empezaron desesperados a polinizar a mano hectáreas de plantas, flor por flor, con un pincel, untando fructosa y polen. No alcanzan ni al 20% de efectividad de una abeja pero al menos todavía obtienen chirimoyas.
“Ante una catástrofe en ciernes como esta, serviría urgentemente saber con precisión de qué plantas se alimentan las abejas silvestres” dice Ruz Si fueran inmunes al CCD, podrían ayudarnos a preservar y aislar esos vegetales”. Ella cree firmemente que el origen del CCD está en los transgénicos cuya proteína de polen modificó los genes de las abejas melíferas. “Si fuese así, las abejas silvestres, que se alimentan de plantas silvestres se salvarán. Pero no lo sabemos”, concluye. Porque “nadie las está estudiando… todavía”.
En la universidad, tiene una sola alumna de apidología. Los otros biólogos que están haciendo investigación, lo hacen únicamente en abejas de miel, como Marta Rodríguez, de Chillán, que está haciendo un doctorado para conocer la dieta de ciertas abejas en el bosque nativo o la genetista de Temuco, Ximena Araneda, quien estudia algunos aspectos nutricionales. Y sería todo. Luisa Ruz hizo un gran aporte a la ciencia chilena en los 80: descubrió 30 nuevos tipos de abejas que miden menos de 5 milímetros. Antes eran considerados inútiles y molestos mosquitos.
La pesadilla del campista. Ahora, en este nuevo escenario, se han convertido en la esperanza que podría salvar la vida vegetal del planeta.·
Via: Paula.cl
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