Históricamente los viveros han sido los encargados de la internación, evaluación, introducción comercial, recambio y actualización de las variedades a producir en la industria frutícola nacional. Desde la década del sesenta, cuando se decidió impulsar la agricultura en el país, se transformaron en un verdadero aliado al proveer las plantas necesarias para la producción de fruta y, responder a la fuerte demanda y dinamismo que vivió el sector exportador a partir de la década del 90.
Tan explosivo fue el crecimiento, que las exportaciones de fruta pasaron de US$ 18 millones en 1961 a US$ 4.483 millones en 2010. Sin embargo, los viveros no han sabido canalizar dicho crecimiento y, poco a poco, fueron perdiendo protagonismo en la cadena productiva. Su escasa asociatividad y profesionalización, que los llevó a utilizar variedades ilegales (lo que ha provocado la desconfianza de los productores), sumado a la poca participación en programas de mejoramiento genético, han contribuido al casi nulo desarrollo de esta industria y, por ende, ha ido en desmedro del crecimiento del sector frutícola, que hoy vive nuevos desafíos y está necesitando más que nunca variedades más competitivas, según revela un análisis de la Oficina de Estudios y Políticas Agrarias (Odepa) sobre la industria de los viveros frutales en Chile.